¡Hola a todes! Hoy me apetecía contaros una teoría que hemos desarrollado mi tiempo libre y yo y que he llamado "El Síndrome Maurice", sus causas y algunos ejemplos que todos reconoceremos.
El Síndrome Maurice es la reacción de rechazo que me producen ciertos personajes de ficción que se caracterizan por ser dulces, tiernos, amables y que siempre se meten en líos.
Lo sé, así de golpe suena rarísimo, por eso es importante conocer las causas de este fenómeno, que podemos clasificar en dos: uno personal y otro de desarrollo de personaje. Empecemos por el primero, que es el más tonto y así nos lo quitamos rápido de encima.
Tengo un sentimiento de protección hacia el débil muy alto. Si veo un personaje bueno sufrir mi instinto más primario me hace querer ayudarle o cuidarle como sea. Y eso en ficción da mucho asco, porque no puedes hacer nada más allá de mirar y esperar que todo se solucione.
La segunda causa, mucho más interesante, se basa en la construcción de personajes en ficción, y para explicar esto no hay mejor ejemplo que la personita que da nombre a este Síndrome: Maurice, el padre de Bella en La Bella y la Bestia.
Maurice es un abuelete entrañable; es amable, gracioso, comprensivo, respetuoso, distraído y extravagante; adora a su hija más que a nada en el mundo, no sólo la quiere tal y como es si no que la ayuda a olvidar las críticas y acusaciones de los vecinos y la anima a que luche por lo que ama y sea quien quiere ser. Y todo esto lo sabemos en su primera aparición, en una escena que dura, más o menos, un minuto.
Maurice es adorable, está diseñado para que lo ames a los 0.5 nanosegundos de conocerle. Por favor, ¿lo habéis visto con sus gafas de inventor? ¡Yo quiero darle un abrazo! Para los espectadores es muy complicado no sentir cierto nivel de apego y cariño, así que el guionista decide explotarlo.
|
Maurice, rompiendo corazones desde 1991 |
Ya hemos visto la construcción de personaje de Maurice, veamos ahora su importancia en la historia. Aquí es donde la cosa se complica. Después de una presentación magistral nuestro abuelete se va al mercado a vender sus inventos, y a partir de aquí vamos cuesta abajo y sin frenos. Maurice se pasa la película metiéndose en problemas: se pierde en un viaje que lleva años haciendo, lo secuestran, lo intercambian por su hija, pide ayuda en el pueblo y lo maltratan, lo acusan de chiflado... ¡Pero si hasta estuvo a punto de morir por congelación! ¡Dos veces!
¿Recordáis que mi instinto de protección es un pelín alto? Imaginad lo que un personaje así me hace sentir cada vez que aparece en pantalla. La sensación es muy dolorosa, hasta el punto de causarme rechazo. Cada vez se me hace más y más difícil ver al padre de Bella en pantalla aunque lo adore, porque sé que, en cuanto aparezca, va a sufrir y yo no puedo hacer nada para evitarlo... Salvo mirar o pasar la película más adelante y ahorrarme la agonía. Qué dura es la impotencia.
Es un personaje hecho para hacernos sufrir, y en mi caso lo consiguen, a veces demasiado.
Un caso parecido sería mi amado y dulce Quasimodo, de El Jorobado de Notre Damme. La particularidad aquí es que Quasi tiene un arco de personaje mucho más completo, así que esa sensación sólo aparece al principio, sobretodo en una escena que sí o sí tengo que pasar desde hace años porque me deja hecha pedazos. Quasi es dulce y bueno, quiere libertad, ser como es sin que lo juzguen y está bajo el yugo de un señor que lo enclaustra y lo maltrata psicológicamente con la excusa de protegerlo. La diferencia con Maurice es que Quasimodo evoluciona a lo largo de la historia (más le vale, es el protagonista): hace amigos, se atreve a desobedecer a su amo por mucho terror que le produzca, ayuda a la gente en lo que puede, y al final es él quien salva a las personas y no al revés. No está diseñado para causarte tristeza (bueno, un poco sí); esa sensación es necesaria para apreciar más su evolución y desarrollo en la trama, para que veamos hasta qué punto ha sabido superar sus miedos y todas las cosas malas que han pasado y hacerse un huequito en el corazón de París. Y, de paso, en el mío.
|
Yo me bajo de la vida, es que lo adoro, madre mía. |
Vamos con el último ejemplo, el más reciente. Llegados a este punto me doy cuenta que todos los personajes que he mencionado son de Disney, ¡maldito sea!
Hablemos de Baby Yoda. ¡No me matéis, que le quiero mucho! Además os lo advertí en mi resumen cuarentenoso, los que lo leísteis sabíais que este momento llegaría. Baby Yoda es un bebé (lo sé, cuesta creerlo) por un propósito claro y directo: vender peluches y figuritas. La parte buena es que le dieron un peso narrativo que funciona y encaja en la trama. Y a partir de aquí, advierto:
Si no habéis visto nada de The Mandalorian, voy a desvelar la sinopsis de la trama, así que quizá no queréis leer esto. Se viene spoiler del primer episodio, avisades quedáis.
The Mandalorian es la historia de un cazarrecompensas solitario que encuentra una posible presa y la acaba protegiendo. No hace falta que explique quién es la presa, ¿verdad?
Esto cuadra con el comportamiento animal estándar. Las crías de cualquier especie nos infunden la necesidad de protegerlos y cuidarlos, es un mecanismo de defensa. Como curiosidad, creo que en humanos nos lo produce sobretodo el olor de los bebés. Al no poder protegerse por no estar completos en su desarrollo, su mejor defensa es ser adorables. Y estaréis de acuerdo conmigo en que funciona. Pueden no gustarte los niños, pero jamás les haríamos daño, y las veces que ocurre nos resultan más dolorosas de lo normal.
Baby Yoda nos infunde ese instinto tan primitivo, casi animal. Es frágil y vulnerable como cualquier bebé (al menos, eso creemos), por ello es necesario cuidarlo y protegerlo. Mando lo pilló rápido, a su pesar. Es el personaje secundario más útil a nivel de desarrollo: no hace nada, no necesita guión porque su principal arco de acción es estar ahí y dejarse querer (y se deja). Para nosotres, la implicación es obvia: si hay que proteger al bebé y estamos en una serie de aventuras, por fuerza ese bebé se tiene que meter en problemas. Y ahí es donde yo exploto, gracias a mi querido Síndrome Maurice. Porque reventaría a cualquiera que le toque un solo pelo de la cabeza de ese bichito, incluido el Mandaloriano, si hiciese falta. Pero, una vez más, no puedo meterme dentro de la tablet, coger al pequeñín, llevármelo y agotarle a abrazos y besos. Tengo que limitarme a increpar y hablar con un aparato electrónico, con la esperanza de que me escuche y que no le pase nada al pequeñajo.
Como podéis ver es algo que me resulta frustrante, pero hasta que no pueda meterme en los aparatos y en la trama, poco puedo hacer.
Me quedo con varios nombres en el tintero, pero me estaría repitiendo. Por favor, decidme que no soy la única que se ha sentido así en algún momento. ¿Hay alguien que sufra un poquitín el Síndrome Maurice? ¿Con qué personajes os pasa? ¡Hagamos grupo!
Arantxa